viernes, 13 de noviembre de 2015

TRAVESÍA DE OSUNA, RAFAEL RODRÍGUEZ SÁNDEZ

En la clase hay mucho silencio, un silencio muy grande y sostenido, muy tenso y expectante, que disminuye algo sin desaparecer del todo en el momento en el que Don Antonio dice el nombre del que va a ser requerido para decir la lección, momento en el que se puede percibir el alivio de los que temían ser preguntados y no lo han sido. El alivio no es total, pues en ciertas ocasiones Don Antonio interrumpe súbitamente al que está hablando en el estrado para dirigir una pregunta a algunos de los que están en los bancos, instalados en la falsa creencia, que es en ocasiones más bien vana esperanza, de que no van a ser interrogados, quizá la pregunta vaya dirigida a aquel a quien Don Antonio ha visto especialmente distraído o fanfarronamente confiado, pues para ellos está pensado este no muy novedoso procedimiento pedagógico que no merecería los elogios de los actuales didactas, y de este modo mantiene la tensión durante la duración completa de la clase. No se dirige, por el contrario, a los que ve especialmente preocupados, como si quisiera evitar el mal rato a los que se muestran con modestia y sin ínfulas y el tratamiento y su eficacia van dirigidos solamente a los que, según su criterio, necesitan un rebajamiento de la condición altanera, un remedio contra la presunción y la insolencia


Travesía de Osuna, Ateneo de Sevilla, pág 95