Dos días antes, en Spanish 230, un alumno llamado Jonathon, cuya madre era mexicana, me había dado un cálido apretón de manos mientras me decía que yo había sido el mejor profesor de español que había tenido en su vida. Yo sabía que no era cierto, pero le devolví el apretón de manos con el mayor entusiasmo, lleno de gratitud, como si Jonathon hubiera dicho la verdad y yo hubiera sido el mejor profesor de español que había tenido en su vida.