Odiaba la escuela primaria.
Odiaba cualquier escuela. Según contaba Doris, lo pasaba tan mal que en más de
una ocasión me llevó a cuestas hasta casa porque no podía no podía ni caminar
de lo mucho que temblaba y eso era antes de que empezaran los golpes y las
brulas de los matones. La comida era espantosa. Recuerdo que nos obligaban a
comer una poruqería llamada 'tarta gitana'. Yo me negaba en rotundo porque me
repugnaba; era un pastel con un engrudo chamuscado dentro, mermelada, caramelo
o algo así. Todos los escolares de entonces conocían esa exquisitez y a algunos
incluso les gustaba. Pero aquello no era mi postre ideal, así que intentaban
obligarme a comerlo amenazándome con un castigo o una multa. Era todo muy
dickensiano. Con mi infantil caligrafía debía escribir debía escribir
tescientas veces 'comeré lo que me pongan'. Después de un tiempo ya dominaba la
técnica: 'Comeré, comeré, comeré, comeré, comeré, comeré, comeré... lo, lo, lo,
lo, lo, lo, lo...
Vida, memorias Keith Richards, Globalrhythm, pág 33