viernes, 31 de octubre de 2014

UNA TEMPORADA PARA SILBAR, IVAN DOIG (II)

Morrie se enderezó con calma. Todos sabíamos que pegarle a un maestro era una ofensa capital, pero que el maestro devolviera el golpe era otra historia. Eddie había puesto los ojos en blanco y seguí agitando la mano maltrecha, a la espera de su destino. Una mancha roja del tamaño de sus nudillos había aparecido al final de la frente de Morrie. Tenía torcido el cuello de la camisa y la corbata desmadejada sobre el pecho. Durante varios segundos, toda la escuela contempló vacilante la escena: el hombre adulto, compacto, y el enorme adolescente, el uno frente al otro. Luego, Morrie se acomodó el cuello y la corbata y dijo casi con total normalidad:

-          Hablaré contigo al final del día, Eddie. Los demás, volved a vuestros sitios y sacad el libro de geografía.



Una temporada para silbar, Libros del Asteroide, pág 151

viernes, 17 de octubre de 2014

SOBRE LA BELLEZA, ZADIE SMITH (I)

 -          ¿Alguna pregunta?- preguntó Howard.
La respuesta nunca variaba. Silencio. Pero era una especie interesante de silencio, privativo de las clases de Humanidades de las universidades selectas. No había silencio porque nadie tuviera nada que decir sino por todo lo contrario. Lo notabas, Howard lo notaba, en el aula bullían millones de cosas que decir, algunas con tanta fuerza que parecían brotar de los estudiantes telepáticamente y rebotar en los muebles. Los chicos miraban con ansia la mesa o la ventana o a Howard; los más apocados fingían tomar apuntes. Pero ninguno hablaría. Tenían miedo de sus compañeros, y más aún del propio Howard. En sus primeros tiempos de profesor, él intentaba, estúpidamente, animarlos a vencer este temor; ahora lo entusiasmaba. El temor era respeto; el respeto, temor. Si no tienes temor no tienes nada.
-          ¿Nada que decir? ¿Tan exhaustivo he sido? ¿Ni una sola pregunta?
Un acento inglés cuidadosamente preservado incrementaba el factor miedo. Howard dejó que el silencio se prolongara. Se volvió hacia la pizarra y, lentamente, desprendió la fotocopia, dejando que las mudas preguntas le acribillaran la espalda.




Sobre la belleza, Narrativa Salamandra, pág 175 

viernes, 3 de octubre de 2014

DESPEÑAPERROS, JOSÉ MARÍA VAZ DE SOTO (I)

Incluso el que la esposa trabajara fuera de casa, en vez de limitarse a las tareas del hogar, suponía para ellos más una necesidad provisional que el resultado de una convicción o la insoslayable consecuencia de un principio igualitario, como lo prueba el hecho de que, a los pocos meses de haber obtenido Javier su cátedra en el instituto de Vitoria, Blanca no dudara en pedir la excedencia y no voliviera a incorporarse a la enseñanza hasta ocho o diez años más tarde, cuando –ya en Sevilla- nacieron sus dos hijos y el sueldo de catedrático (que no había ido aumentando, a lo largo de los años setenta, al ritmo del coste de vida, en tanto que el de los maestros se había adelantado tal vez a ese ritmo) empezó a resultarles insuficiente.


Despeñaperros, Colección Austral, pág 197