Yo
tuve un maestro de música en la escuela secundaria, con bigotes
porfirianos blancos y negros, espolvorados con el oro del Sí Bemol,
que en ocasiones, desesperado, gritaba: ¡Quiero oir el silencio! Un
día, al fin, nos callamos cuando se desplomó muerto en el salón de
clases, y desde entonces aprendí que el silencio se puede escuchar.
Palinuro
de México, Alfaguara, pág 445