Los chicos de la clase media
fabricados en serie a los que tenía que dar clase eran bastante
horribles; la claustrofóbica población de provincias era una
pesadilla; pero lo verdaderamente insoportable era la sala de
profesores. Llegó a ser casi un alivio tener que ir a clase. La
tediosa y entumecedora rutina anual de sus vidas pesaban sobre los
profesores como un estigma. Y era auténtico tedio, sin relación
alguna con mi ‘ennui’ de moda. Sus consecuencias eran la
hipocresía, la gazmoñería y la ira impotente de los viejos que
saben que han fracasado y de los jóvenes que sospechan que van a
fracasar. Los directores de departamento eran como el sermón que se
escucha antes de ir a la horca; algunos de ellos te producían algo
parecido al vértigo, una fugaz visión del insondable pozo de la
futilidad humana… o eso fue al menos lo que empecé a sentir a
comienzo del segundo trimestre
El
mago,
Compactos Anagrama, pág 14