En
una de las clases me esperan cuarenta críos, pero ¿en cuál?. Casi
siempre me equivoco. Abro titubeante una puerta, los alumnos en sus
pupitres se vuelven hacia mí, la profesora interrumpe la serie de
fracciones (si es la bella Florabela) o la lección sobre la
inmovilidad de los reptiles (si es la temida Gionea) o sus tics del
síndrome Torett (si me encuentro con Vintila, el profe de
Geografía). ‘Perdón’, digo y cierro arrepentido la puerta con
el sentimiento de alguien que ha sido, sin querer, testigo de un
secreto vergonzante. Lo que tiene lugar entre los alumnos y los
profesores ahí, detrás de las puertas blancas, numeradas, me ha
parecido sellado siempre con un tabú tan poderoso y tan indiscutible
como el de irrumpir en los baños de las señoras
Solenoide,
Impedimenta, pág 56