—No nos dejemos arrastrar por la imaginación, querida mía —dijo—. Y ahora dile a tu padre que no te enseñe nada más. Es mejor empezar a estudiar con una mente fresca. Dile que de ahora en adelante me encargo yo y que trataré de corregir el mal…
—¿Señora…?
—Tu padre no sabe enseñar. Ahora puedes sentarte.

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