La asistencia a la escuela, sin
embargo, constituía un asunto diferente. El Estado insistía en que debía haber
una escuela, y la hubo, regentada por una maestra. Aquellos muchachos que no
tenían que ayudar a sus familias guardando cabras, se reunían allí todas las
mañanas para asimilar los rudimentos de una educación moderna. Aprendían de
memoria una serie de himnos y oraciones, se familiarizaban un poco con las
historias de la Biblia y, en cuanto a la aritmética, llegaban a dominar los
números cardinales hasta el veinte y si eran listos hasta el cien. También
memorizaban los nombres de los cuatro continentes mayores y las doce naciones
principales, y aprendían a reconocer a los animales más importantes, comenzando
por el perro y el león. Esto se les facilitaba mediante una lámina de colores
que colgaba de la pared, y que mostraba a una vaca junto a un caldero en el
momento del ordeño, un cazador con su perro, un camello junto a una palmera, y
un león devorando un antílope
Al sur de Granada, Fábula Tusquets, pág 109