Ocupaba este edificio una escuela primaria para niños de
ambos sexos, gobernada o, mejor dicho, desgobernada por una presumida señora de
la que Isabel conservaba como recuerdo sobresaliente que se sujetaba los
cabellos junto a las sienes con unos raros peinecillos y que era viuda de un
caballero de cierta importancia. A la pequeña Isabel se le había ofrecido la
oportunidad de aprender las primeras letras en tal escuela, pero, después de
haber pasado un día en ella, protestó violentamente contra sus reglas y logró
que se le permitiera quedarse en casa, desde donde los templados días del mes
de septiembre, cuando las ventanas de la Casa Holandesa permanecían abiertas,
le era dado oír el coro de voces infantiles repitiendo la tabla de multiplicar
… , hecho en el cual se mezclaba de forma confusa el júbilo de la libertad con
el dolor de la exclusión
Retrato de una dama, Ediciones B, pág 37