Ya
en las Tres Mil, Pedrito vendía sus posturas de hachís en el
colegio público Padre Ocampo. Tenía muy buenos clientes entre sus
compañeros de clase, y mejores todavía entre los alumnos de clases
superiores. En el recreo se retiraba a un rincón de su agrado para
dedicarse tanto a vender como a fumar lo que los chavales de entonces
llamaban un Bob Marley, porros de dos papeles doblemente cargados de
grifa. ¿Y en clase? En clase se comportaba, se sentaba en la última
fila y permanecía tranquilo, sin alborotar. Y sin libros, sin
material escolar de ningún tipo, ¿para qué?, no le hacía falta.
Mientras la señorita explica la lección Pedrito deja vagar el
pensamiento, o se duerme, aunque no le gusta dormirse en clase. Le da
la sensación de que dormido quedará a merced de los buitres que a
su alrededor, sentados en los pupitres, acechan la ocasión de
quitarle la grifa o los dineros que guarda en los bolsillos de sus
pantalones
Canijo, El Rancho Editorial, pág 70