Departamento
de especulaciones,
Libros del Asteroide, pág 48
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
viernes, 26 de abril de 2019
DEPARTAMENTO DE ESPECULACIONES, JENNY OFFILL
En
vista de que hay madres como yo que a veces llegan tarde al colegio,
los profesores han acordado una moratoria diaria. A primera hora de
la mañana han establecido una hora de juegos, y no está bien que tu
hijo falte a esa clase, pero si falta tampoco resulta tan terrible.
No es lo mismo que faltar al círculo de actividades, en el que se
les explica a los niños cómo crecen las plantas y qué necesitan
(agua, sol), o que los humanos también somos animales, o que los
planetas se alinean en función de lo cerca o de lo lejos que están
del sol. Todos los niños saben que Plutón ha sido degradado de
categoría y aúllan de alegría cuando sus padres, que son mucho más
torpes y viejos, se olvidan de ello. También hay una moratoria para
los días en que hay que llevar cosas. El día del cartón de huevos
no es el día fijado para la actividad, sino el día anterior, uno
antes de que sea absolutamente necesario llevarlo, uno antes de que
no tenerlo suponga un auténtica catástrofe. Pero
incluso en esos casos hay profesores que toman precauciones para las
mamás que se olvidan y llevan ellos mismos los cartones o se los
piden a otras madres, las que siempre se acuerdan, las que siempre
llegan temprano
viernes, 12 de abril de 2019
TIEMPO DE GUERRAS PERDIDAS, J. M. CABALLERO BONALD
El
profesor de francés que me tocó en suerte era un personaje
sumamente libresco. Debía haber doblado ya la cincuentena y tenía
toda la pinta del hidalgo empobrecido que basa su dignidad en llevar
muy bien planchados el traje y la camisa sin reparar en la mugre que
han ido almacenando. Se llamaba don Julián Valmaseda y, debido a
quién sabe qué descabalamientos administrativos, era cónsul del
Perú en Jerez, un cargo que tenía que ser más honorífico que otra
cosa y cuya incongruencia parecía ser directamente proporcional a la
de quien lo ostentaba. Llegaba a casa todas las tardes, a las seis en
punto, provisto de un abrigo decrépito que nunca se descolgaba de
los hombros y de una cartera repleta de papeluchos, restos de
fiambres y avíos de afeitar
Tiempo
de guerras perdidas,
Anagrama, pág 131
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