—En
mi época considerábamos la educación un privilegio —le dije. Los
padres se apretaban el cinturón y ahorraban para que sus hijos
fueran a la escuela. Nos habría parecido una locura quemar una
escuela.
—Las
cosas han cambiado —contestó Florence.
—¿Apruebas
que los niños quemen las escuelas?
—No
puedo decirles a estos chicos lo que tienen que hacer —dijo
Florence. Todo ha cambiado. Ya no hay padres ni madres.
—Eso
es absurdo —dije. Siempre hay padres y madres. Así terminó
nuestra conversación.
La
edad de hierro, Coetze, pa´g 24