Fui
coadjutor en una parroquia y daba dieciséis horas semanales de
Religión, a seis clases diferentes, de la 2ª a la 8ª clase. Eso
suponía un montón de trabajo, más aún si se tiene en cuenta que
yo me estrenaba en aquel encargo. Era lo que más tiempo me llevaba
de todas mis obligaciones pastorales; disfrutaba mucho con aquellas
clases porque enseguida comprobé que tenía facilidad para
relacionarme con los niños. Fue una experiencia muy interesante para
mí, dejar el ámbito intelectual para, de pronto, dirigirme a los
niños. Me pareció muy bonito transformar el abstracto universo de
los conceptos de modo que un niño también pudiera entenderlo
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
viernes, 19 de junio de 2020
viernes, 5 de junio de 2020
BÚNKER, TOTEKING
Una
vez una profesora que teníamos en el instituto Velázquez venía tan
derrotada de la clase que acababa de dar en otro grupo, que cuando
entró en la nuestra me dijo: “Manolito, vete de clase, que hoy no
tengo ganas de aguantarte”. Todavía no había soltado el bolso en
la mesa, ni había pronunciado el primer “¡Silencio!”, y ya me
había echado. Si te sentabas a mi lado, inevitablemente nos
expulsaban a los dos de clase. Que se lo pregunten si no a David
Bravo
Búnker, Blackie Books, pág 79
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