Fui
coadjutor en una parroquia y daba dieciséis horas semanales de
Religión, a seis clases diferentes, de la 2ª a la 8ª clase. Eso
suponía un montón de trabajo, más aún si se tiene en cuenta que
yo me estrenaba en aquel encargo. Era lo que más tiempo me llevaba
de todas mis obligaciones pastorales; disfrutaba mucho con aquellas
clases porque enseguida comprobé que tenía facilidad para
relacionarme con los niños. Fue una experiencia muy interesante para
mí, dejar el ámbito intelectual para, de pronto, dirigirme a los
niños. Me pareció muy bonito transformar el abstracto universo de
los conceptos de modo que un niño también pudiera entenderlo
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