¿Cuál es el colegio más cutre?, ha preguntado Basilitz. Ugo dice que los de pago para pobres.
El año del Búfalo, Anagrama, página 14
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
¿Cuál es el colegio más cutre?, ha preguntado Basilitz. Ugo dice que los de pago para pobres.
El año del Búfalo, Anagrama, página 14
Sin embargo, para cuando conseguía llegar hasta el meollo de la pelea ya habían volado puñetazos, insultos y pullas, y aquellos de nosotros que un minuto antes éramos la neutralidad personificada nos descubríamos de repente en la refriega, batallando en un bando u otro. ¿Había sido distinto alguna vez en alguna escuela, de Eton para abajo?
- Era estudiante, pero lo he dejado.
-
¿Por qué?
Colette guardó silencio un
instante.
-
No es mi camino.
-
Ah, tú tienes el tuyo. Qué suerte.
-
¿Crees que estoy equivocada?
-
No tengo ni idea. La educación es tan fácil en
estos tiempos…Le quitan toda la parte complicada. No es más que una forma de
entretenerse.
Como profesor que era, a mi padre se le daba bien guiar a la gente para que llegasen a sus propias conclusiones. Era desapasionado, malhumorado, a veces hasta un poco insidioso
Mi año de descanso y relajación, Alfaguara, página 51
—Pero ¿qué tengo que enseñarles? —preguntó Paul con repentino pánico.
—¡Oh!, yo que usted no trataría de enseñarles nada,
por lo menos por ahora. Trate de mantenerlos callados, nada más. Esa es una
cosa que nunca aprendí a hacer- suspiró míster Prendergast.
Yo conocí a un profesor que como no quería ir a disparar en artillería siendo como era matemático, le robó el reloj a un teniente para ir a la prisión militar. Lo hizo con toda premeditación. La guerra no le impresionaba ni le fascinaba. Disparar contra el enemigo y matar a otros profesores, a otros matemáticos del lado contrario tan infelices como él, con proyectiles y granadas lo consideraba una estupidez.
En la escuela fui feliz, pero no hice en ellas amistades íntimas, no hubo tragedias ni maestros que me inspiraran cierto afecto, aunque algunos influyeron en mí, como el señor McDowell
Dobrowsky le escuchaba con atención. Si hay maestros que no pueden entrar en clase sin que los alumnos empiecen a alborotar, también hay maridos a los que sus mujeres no tributan el menor respeto. Unos no sirven para la pedagogía y los otros no sirven para el erotismo. Se impone la palmeta.
Un encuentro peligroso, Seix Barral, página 102
El problema es que nunca aprendo nada de las experiencias educativas. De hecho, me esfuerzo especialmente por no aprender de las experiencias educativas, signifiquen lo que signifiquen, porque no se me ocurre nada más espantoso que ser una persona de carácter formado por experiencias educativas.
- ¿No es curioso que el colegio siempre huela a colegio?- le preguntó Jenny a la profesora de Slevin-. Por más recursos modernos que se introduzcan, audiovisuales e informáticos, sigue oliendo a cola de libro, al pape barato del cuaderno de aritmética y … ¿a qué mas? Hay otro olor. Lo conozco pero ahora mismo no sé qué es.
- Tome asiento, doctora Tall.
- A polvo de radiador.
- ¿Cómo dice?
- Ese es el otro olor.
Reunión en el restaurante Nostalgia, Debolsillo, página 253
Y ahora una circular con las nuevas directrices de la reforma educativa del nuevo secretario general del partido. Qué sabrá Chernenko de criterios educativos a sus setenta y tres años. A lo mejor tiene algo que decir respecto de los pactos comerciales con China o de los ajustes de la estructura burocrática, pero respecto a educación hace varios secretarios generales que nadie dice nada con sentido. Claro que mejor callarse este tipo de consideraciones si no quieres pasar una larga temporada en un manicomio en Siberia
Todo esto existe, Literatura Random House, página 37
Lo que para Laura y sus colegas siempre había sido algo sólido pero intangible —la educación, la elevación de la mente del joven a un estrato superior de conocimiento y sapiencia— ahora se había redefinido como un producto, algo que se compraba con la perspectiva de que en un futuro daría un rédito económico.
El número 11, Anagrama, página 161
Cuando durante alguna que otra breve temporada asistía a la escuela, Carrie se sumergía feliz en ese mundo celestial de previsibilidad, conformidad y adiestramiento.
No quería ser profesor; no se veía en ese papel, no tenía paciencia, ni comprendía ni se identificaba con los demás, versiones más jóvenes de sí mismo. ¡No, por Dios!, solo imaginarlo le llenaba de temor. (Si no podía sacarse el doctorado, si tenía que recurrir, por ejemplo, a dar clases en un instituto).
Hay pocas inyecciones de adrenalina tan intensas como la que se activa al entrar en un aula y sentir sobre uno la mirada de decenas de desconocidos. Tras un instante terrible, en el que daríamos mucho por huir de ahí y escondernos en alguna maleta, el cerebro se despeja. La lombriz de verbo pedregoso que entró en clase se siente transformada en un nuevo Churchill. Podemos explicar el Romancero gitano como podríamos arengar a los estudiantes a luchar contra el invasor en las playas, en los campos, en las colinas.
El mal dormir, libros del Asteroide, página 98
Jabalardo Gómez, que rompió la
cristalera esmerilada de una patada cuando la señorita Pilar nos dejó solos
cinco minutos porque tenía que hacer una gestión en la secretaría, que estaba
en otro bloque.
Como todo niño romano de buena familia, tuvo una excelente educación humanística. El responsable fue un preceptor, tradicionalista y exigente, de los que descreían de las teorías pedagógicas importadas por los alejandrinos. Para él sólo contaban las viejas y probadas reglas de la retórica, la memorización, la pureza de la lengua
Fulgentius, Random House, pág 21
- Cambiaré la nota- dijo el señor Brown
- Y le debe una disculpa a Miles Roby
- Eso nunca- dijo el señor Brown. Ni por una docena de Jimmy Mintys. Ni por un millar
- Piense en lo que significa odiar a un chico de dieciséis años- dijo el director-. Piense en lo que significa que un profesor odie a un alumno
- ¿Qué hay de malo en ello?- quiso saber el señor Brown-. Usted me odia a mí, ¿no?
El señor Boniface, un hombre justo, admitió que tenía razón
Luego vino a buscarme a casa; yo estaba dando clase y tuvo que esperar a que terminara sentada en el sillón leyendo la edición de la tarde del periódico. De cuando en cuando hacía algún comentario sobre los sucesos políticos que leía y buscaba la aprobación de mi alumna, una estudiante de Magisterio muy muy pálida y siempre un poco pasmada. Cuando se fue mi alumna mi madre intentó convencerme de que fuera con ella al café, pero tenía que estudiar y le dije que no. Entonces se enfadó conmigo y me preguntó qué esperaba conseguir estudiando tanto, qué pensaba que iba a suceder cuando me licenciara, iba a acabar enseñando en cualquier escuela gris, frente a unas chicas tan pasmadas y pálidas como la que se acababa de marchar.
Recuerdo que hablamos mucho de la enseñanza en institutos. Por entonces yo daba clases de bachillerato en el IES de El Puerto de Sagunto, y a Labordeta se le iba a terminar al año siguiente el permiso de excedencia del que disfrutaba. No sabía qué hacer, si reincorporarse a la enseñanza o probar suerte en otros asuntos. Me pidió consejo, y le dije que no se le ocurriera regresar a las aulas
Llevaba más de diez años de excedencia, y los alumnos que él
había conocido no se parecían a los alumnos del momento. Con sesenta y un años,
lo más normal sería que lo desquiciaran y se lo comiesen con ternasco aragonés.
No es país para viejos la enseñanza y a los sesenta y uno ya se es viejo para
andar domando criaturas salvajes
La coeducación, sistema que se seguía en el Instituto-Escuela durante la primera enseñanza elemental y luego al hacerse la separación de los bachilleres de letras y ciencias, para los de letras, creo que tiene la ventaja de acercar a hombres y mujeres y darles ideas mucho menos esquemáticas acerca del sexo contario que las que tienen si se les educa aislados. Evita también, hasta cierto punto, la animosidad recíproca que luego estalla en forma amorosa
—No te apures, Scout —me reconfortó él—. Nuestro maestro dice que miss Caroline está introduciendo una nueva manera de enseñar. La aprendió en la Universidad. Pronto la adoptarán todos los grados. Según este estilo uno no ha de aprender mucho de los libros. Es como, por ejemplo, si quieres saber cosas de las vacas, vas y ordeñas una, ¿comprendes?