Puedo
decirle que el edificio del instituto se hallaba en un estado ruinoso. La
pintura descascarillándose por todas partes, muebles rotos, lavabos fuera de
servicio, grietas como las fisuras de un terremoto en las pizarras, persianas
que no bajaban o no subían, y el ambiente húmedo del polvo y el moho.
Estableció su popularidad de inmediato al sentarse a su mesa ante la clase y
ladearse lentamente hasta perderse de vista, porque la silla, cosa que advirtió
ya demasiado tarde, solo tenía tres patas. De inmediato, pese a las risas,
varios alumnos estaban junto a él, ayudándolo a levantarse, acercándole una
silla utilizable, y supo que no había sido una broma de ellos. De hecho, quizá
por el deplorable estado del centro, profesores y alumnos parecían unidos en
una hermandad de lo indómito.
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
viernes, 21 de abril de 2023
EL CEREBRO DE ANDREW, E.L. DOCTOROW
viernes, 7 de abril de 2023
EL SENTIDO DE UN FINAL, JULIAN BARNES (II)
El colegio estaba en el centro de Londres y todos los días nos desplazábamos hasta allí desde nuestros barrios distintos, atravesando un sistema de control tras otro. En aquel entonces las cosas eran más sencillas: había menos dinero, no existían aparatos electrónico, la tiranía de la moda era ligera, no había novias. No había nada que nos distrajese de nuestro deber filial y humano, que consistía en estudiar, aprobar exámenes, utilizar nuestros título académicos para encontrar un empleo y después forjar un estilo de vida más completo, sin llegar a ser amenazador, que el de nuestros padres, que lo aprobarían mientras lo comparaban en privado con su propio pasado, que había sido más sencillo y por tanto superiores