¿Por qué había cedido mi papá, que había estudiado en colegios
públicos laicos, y había permitido que a mí me educaran en un
colegio privado confesional? Supongo que tuvo que resignarse a eso
ante la ineluctable decadencia que hubo en Colombia, hacia los años
sesenta y setenta, de la educación pública. Debido a los profesores
mal pagos y mal escogidos, agrupados en sindicatos voraces que
permitían la mediocridad y alimentaban la pereza intelectual, debido
a la falta de apoyo estatal que ya no veía en la instrucción
pública la mayor prioridad (pues las élites que gobernaban
preferían educar a sus hijos en colegios privados y el pueblo que se
las arreglara como mejor pudiera), a causa también de la pérdida
del prestigio y el estatus de la profesión docente, y la
pauperización y crecimiento desmedido de la población más pobre,
por este conjunto de motivos, y muchos otros, la escuela pública y
laica entró en un proceso de decadencia del que todavía no se
recupera. Por eso mi papá, molesto pero resignado, incapaz de negar
la realidad, había dejado que mi mamá, más práctica, se encargara
de la elección de colegio, uno femenino para mis hermanas y uno
masculino para mí, necesariamente privado, que en el caso de
Medellín era también sinónimo de religioso.
