La juventud carece de firmeza,
pensó. No son como fuimos nosotros. No pueden afrontar nada que les resulte
difícil. No se les ha enseñado la importante diferencia que existe entre hacer
las cosas bien y hacerlas mal. No quieren más que ser ellos mismos, pero la
educación es el proceso de ampliación y cambio que se desarrolla hasta poder
llegar a comprender aquello que es diferente. No es de extrañar que la
indolente y vocinglera juventud izquierdista esté derivando hacia un anarquismo
obtuso: siempre quejándose, cuando hay tantas cosas buenas por hacer y tantas
por aprender y por lo que regocijarse. Evidentemente, los problemas comienzan
en el colegio, y están todos ellos empapados de autocompasión. ¡Nunca se me
habría ocurrido decirle a mi padre que no era feliz en la facultad!
Henry y Cato, Impedimenta, pág 36