viernes, 24 de enero de 2014

LA TENTACIÓN DEL FRACASO, JULIO RAMÓN RIBEYRO

La verdad es que no me extraña la reacción de la familia inglesa, pues Julito ha sido mal educado. Ni Alida ni yo hemos podido corregir su desorden, irresponsabilidad, prodigalidad, vehemencia, tec. Alida, porque su trabajo le impide ocuparse de él, estar en casa a las horas en que él come, juega o se acuesta. Yo, por liberalismo o falta de carácter. Aparte de ello, Julito es hechura de la escuela comunal francesa. Esta pudo haber sido, hace diez o veite años, una escuela aceptable, desde el punto de vista modales, lenguaje, educación, aparte de intrucción propiamente dicha. Pero ya no lo es. La mayor parte de los alumnos que la frecuentan son hijos de pequeños comerciantes, obreros y sobre todo trabajadores inmigrantes: árabes, españoles, portugueses, etc. Lo que puede aprender en un hogar como el nuestro esneutralizado y contrarrestado por el medio escolar, de sus amigos y el barrio. Carece de maneras, su comportamiento es tosco, su lenguaje populachero. Para eso ya no hay remedio, al menos por ahora. Ya Alida piensa en el remedio tradicional: un buen internado, donde lo tengan al breque y le impongan disciplina y modales, férreamente. Un internado inglés, por ejemplo. Pero, ¿quién puede garantizar cómo son actualmente esos internados? A lo mejor ha ocurrido lo mismo que en las escuelas comunales francesas. En fin, problema mortificante, que se añade a otros problemas.
La tentaciónd el fracaso, Seix Barral Biblioteca Breve, pág 623  

viernes, 10 de enero de 2014

ENSAYOS (LOS BIGOTES BLANCOS), NATALIA GINZBURG

La única persona que parecía darse cuenta de mi existencia en la escuela era el profesor. Alto, viejo, un poco encorvado, de cara sonrosada, con una barba de chivo. Le cogí cariño desde el primer día, porque me sonrió cuando fui a buscar una pluma que se me había caído cerca de su silla. Mi amor por él estaba impregnado de miedo. A veces montaba en cólera, gritaba porque había ruido en la clase, golpeaba la mesa con los puños, temblaba el tintero. Sin embargo, me daba la impresión de que ese miedo no provenía de su ira sino de algo distinto, no sabía de qué. Él era el amo de aquellos lugares, suya era la pizarra, suya la tiza, suyo el mapa físico de Italia que tenía a su espalda; aquellos objetos infectaban su persona y su persona los infectaba; el terro se esparcía desde su pañuelo de suave algodón, desde su barba de chivo.
Ensayos (Los bigotes blancos), Lumen, pág 175