Cediste
al placer inmediato de contestar a un insolente con una insolencia.
En eso no hay ninguna fuerza. Hay debilidad, puesto que ahora sientes
remordimiento de no haber cumplido un deber que te habías impuesto
o, seamos francos, un acto que te haría merecedor de tu propia
estima.
El
húsar en el tejado,
Anagrama, pág 175
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