Nada me ha parecido nunca tan desolador como una clase vacía, abandonada por su población de seres humanos, con cráneos desproporcionadamente grandes y ojos que parecían engullirte. Cada aula vacía. Con los abrigos colgados todavía de los percheros y los montoncitos de libros y cuadernos sobre los pupitres garabateados, con una ventana abierta y la brisa exterior inflando la cortina, hace que los ojos se me inunden de lágrimas, porque me recuerda un día perdido en el tiempo, cuando entré, a mediados de las vacaciones de verano, en la escuela en la que estudiaba y la encontré sola, melancólica y desierta, inmóvil bajo el glaseado del tiempo como una fotografía de colores borrosos
Solenoide, Impedimenta, página 657
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