viernes, 30 de julio de 2021

SOLENOIDE, MIRCEA CARTARESCU (II)

 Nada me ha parecido nunca tan desolador como una clase vacía, abandonada por su población de seres humanos, con cráneos desproporcionadamente grandes y ojos que parecían engullirte. Cada aula vacía. Con los abrigos colgados todavía de los percheros y los montoncitos de libros y cuadernos sobre los pupitres garabateados, con una ventana abierta y la brisa exterior inflando la cortina, hace que los ojos se me inunden de lágrimas, porque me recuerda un día perdido en el tiempo, cuando entré, a mediados de las vacaciones de verano, en la escuela en la que estudiaba y la encontré sola, melancólica y desierta, inmóvil bajo el glaseado del tiempo como una fotografía de colores borrosos


Solenoide, Impedimenta, página 657

viernes, 16 de julio de 2021

CASI UN SANTO, ANNE TYLER

—Creo firmemente —dijo— que todo lo malo que me ha sucedido en la vida procede directamente de aquel quinto curso. Hasta entonces, todo me había salido la mar de bien. No había quien me detuviese. Tenía fama de listo. Casi siempre me tocaba a mí lavar los cepillos de borrar la pizarra y vigilar en los comedores, tanto que se comentaba que era el favorito de la maestra. Llegué entonces a quinto: la señorita Pilchner. ¡Dios mío! Todavía puedo verla; con aquel pelo rizado y corto, ceñido de color cobre, y con aquella sonrisa amplísima, sesgada y más falsa que Judas que no engañaba a nadie menor de veinte años. El primer día de clase, va y me pregunta: «¿Dónde tienes el cuaderno de papel cuadriculado?». Digo: «Prefiero el papel liso». Entonces va y dice: «En mi clase no hay favoritismos y no tolero que nadie haga las cosas según su maricaprichosa manera». En aquel punto y hora comprendí que empezaban los malos tiempos. Desde entonces nada me ha salido bien, nada en absoluto.


Casi un santo, emece, página 273

viernes, 2 de julio de 2021

PARA MORIR IGUALES, RAFAEL REIG

 Había aprendido muchas cosas, podía calcular el volumen en litros de un vaso cilíndrico de 6 cm de diámetro interior y 8 cm de altura; sabía atarme con doble nudo los cordones de los zapatos, tal y como me había enseñado Pardeza; era capaz de nombrar los afluentes del Guadiana (el Cigüela, el Záncara, el Jabalón y el Zújar); jugaba bien al churro, media manga, mangotero; hacía redondilla con las chapas rojas de Cinzano y era bastante bueno en fútbol; sabía las capitales de provincia y en qué época de la prehistoria se inventó la rueda; y en el caso de encontrar a un ganadero que tuviera pienso suficiente para alimentar a 220 terneras durante 45 días, no me resultaría muy difícil indicarle a dicho ganadero cuántos días podría alimentar con la misma cantidad de pienso a 450 terneras (si es que tanto interés tenía en saberlo como nos hacía creer el libro de matemáticas); había dado en ciencias la fecundación entre óvulos y espermatozoides (aunque no llegué a entender qué relación tenían esos microbios con los chochos y las pichas) y sabía a cuántos milibares equivale una atmósfera.


Para morir iguales, Tusquets, pág 66