¿Cuándo habían empezado a funcionar así las cosas?, se preguntó. Recordaba que cuando ella era estudiante atesoraba cada palabra de su tutor, escuchando reverencialmente las pequeñas perlas de sabiduría que brotaban de su boca. Por supuesto, era del todo saludable que los estudiantes de hoy tuviesen una actitud más enérgica, pero aun así algunos de ellos —Tim era un perfecto ejemplo— se situaban en el otro extremo y la veían como poco más que una proveedora de servicios a la que podían desafiar de forma airada cuando el servicio en cuestión no cumplía sus expectativas.
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
viernes, 18 de octubre de 2024
viernes, 4 de octubre de 2024
GLORIA, VLADIMIR NABOKOV
Las aulas estaban distribuidas por toda la ciudad. Si una clase seguía inmediatamente a otra, pero se dictaba en un aula diferente, uno tenía que montar en bicicleta o echarse a correr por las callejuelas y cruzar el eco de las piedras de cada patio. Un nítido repiquetear de campanas llamaba de un lado para el otro, de una torre a otra. El estrépito de las motocicletas, el crepitar de las ruedas, el tintineo de los timbres de las bicicletas llenaban las estrechas calles. Durante las clases, el brillante enjambre de bicicletas agrupado en las puertas esperaba a sus dueños. El catedrático, vistiendo su túnica negra, subía a la plataforma, y con un golpe dejaba caer sobre el facistol su gorra cuadrada de la que colgaba una borla.