viernes, 4 de octubre de 2024

GLORIA, VLADIMIR NABOKOV

 Las aulas estaban distribuidas por toda la ciudad. Si una clase seguía inmediatamente a otra, pero se dictaba en un aula diferente, uno tenía que montar en bicicleta o echarse a correr por las callejuelas y cruzar el eco de las piedras de cada patio. Un nítido repiquetear de campanas llamaba de un lado para el otro, de una torre a otra. El estrépito de las motocicletas, el crepitar de las ruedas, el tintineo de los timbres de las bicicletas llenaban las estrechas calles. Durante las clases, el brillante enjambre de bicicletas agrupado en las puertas esperaba a sus dueños. El catedrático, vistiendo su túnica negra, subía a la plataforma, y con un golpe dejaba caer sobre el facistol su gorra cuadrada de la que colgaba una borla.


 

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