Paseamos los jardines
universitarios, tranquilos, soleados, huyendo de las calles llenas de
droguerías y afiladores, y gozamos de aquellos ámbitos de cultura donde todo
parecía como más ordenado e inteligente. Entramos en la vieja Universidad,
donde yo experimenté una vez más , como cada vez que entraba, el vacío
abrumador de no ser hijo de aquella casa, de no ser universitario, beato
todavía de estas cosas y fervoroso de aquel mundo que imaginaba como un culto
minué de catedráticos y estudiantes, donde el saber pasaba de unos a otros
delicadamente, como ese pañuelo que se pasaban los antiguos en los bailes
versallescos. Más tarde descubriría que aquello no era sino un caserón
burocrático donde se faenaba con la cultura como Jesusita faenaba con sus
pellejos de vino en la vinatería.
Las ninfas, biblioteca El Mundo, pág 107
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