En
la clase hay mucho silencio, un silencio muy grande y sostenido, muy
tenso y expectante, que disminuye algo sin desaparecer del todo en el
momento en el que Don Antonio dice el nombre del que va a ser
requerido para decir la lección, momento en el que se puede percibir
el alivio de los que temían ser preguntados y no lo han sido. El
alivio no es total, pues en ciertas ocasiones Don Antonio interrumpe
súbitamente al que está hablando en el estrado para dirigir una
pregunta a algunos de los que están en los bancos, instalados en la
falsa creencia, que es en ocasiones más bien vana esperanza, de que
no van a ser interrogados, quizá la pregunta vaya dirigida a aquel a
quien Don Antonio ha visto especialmente distraído o fanfarronamente
confiado, pues para ellos está pensado este no muy novedoso
procedimiento pedagógico que no merecería los elogios de los
actuales didactas, y
de este modo mantiene la tensión durante la duración completa de la
clase. No se dirige, por el contrario, a los que ve especialmente
preocupados, como si quisiera evitar el mal rato a los que se
muestran con modestia y sin ínfulas y el tratamiento y su eficacia
van dirigidos solamente a los que, según su criterio, necesitan un
rebajamiento de la condición altanera, un remedio contra la
presunción y la insolencia
Travesía
de Osuna, Ateneo de Sevilla, pág 95
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