Pasados
algunos años, me encontré con una cultura similar en San Diego,
donde estaba como profesor visitante. Mi clase de primero de facultad
parecía estar compuesta en su totalidad por jóvenes medio en cueros
que acababan de llegar de la playa. Creo que más de uno calzaba
aletas y por mi ojos pasó lo que sospechosamente parecía un tubo de
bucear. Había un ambiente generalizado de trajes de neopreno y
tablas de surf. Yo di una primera clase vigorosa y apasionada, y
ellos parecieron recibirla positivamente con los ojos entornados por
el sol. Al final, un muchacho vestido exclusivamente con unos
bermudas rojo chillón, avanzó suavemente hacia la tarima y me
agradeció la clase: ‘Pero, profe, no se lo tome tan a pecho,
¿vale?’ Luego me confió con enternecedora preocupación por mi
bienestar la que mayor parte de sus compañeros estaban borrachos o
colocados y no eran merecedores del generoso esfuerzo que yo
equivocadamente les había dedicado.
El portero, Debate, página 30
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