Absorta
en esto, fue maquinalmente a la ventana. La casa del maestro aparecía
vacía. El corredor y la clase, con las ventanas abiertas,
conservaban la huella del tropel que habían albergado: el aire
polvoriento flotaba
sobre los pupitres dislocados de las filas. En una sola mirada,
Teresa revisó todo el moblaje de la estancia. Los mapas, los
instrumentos que poblaban la mesa del maestro, los objetos útiles
todos ellos sólo para practicar la disciplina del estudio, se
agrupaban revueltos, se sostenían mellados y tuertos, maltrechos por
la tromba de juventud que rodaba sobre ellos todos los días. Alguna
silla desfondada, algunos bancos cojos, un cristal cuya mitad
inferior había sido sustituida por un pedazo de cartón, eran los
despojos que se encontraban en aquel campo, donde el espíritu y la
vida libraban su batalla cotidiana.
Teresa, Colección CLUB Bruguera, pág 248
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