viernes, 18 de enero de 2019

FIEBRE EN LAS GRADAS, NICK HORNBY

Sin embargo, el fútbol había adquirido un nuevo significado en relación con mi carrera profesional. Se me había ocurrido la brillante idea —y creo que se les ocurre a todos los jóvenes profesores de mi cuerda— de que mis grandes aficiones (el fútbol y la música pop en concreto) serían de gran ayuda a la hora de conectar con mis alumnos. Pensé que podría «identificarme» con «los chavales» porque entendía muy bien el valor que para ellos tenían los Jam o el propio Laurie Cunningham. No se me pasó por la cabeza que en el fondo yo era tan pueril como mis aficiones, y que si bien, sin duda, dispuse de una especie de conexión más o menos privilegiada, eso no me iba a servir para ser mejor profesor. A decir verdad, el principal problema —a saber, que en los días más complicados terminaba armándose en el aula un alboroto del demonio— resultó exacerbarse cuando hice gala de mi adscripción a un bando determinado. «Soy hincha del Arsenal», dije con mi mejor talante de profesor majo y enrollado el día en que tuve que presentarme ante un grupo especialmente difícil de alumnos de segundo. «¡Buuuu!», me contestaron ruidosamente, sin cortarse ni un pelo.



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