viernes, 12 de abril de 2019

TIEMPO DE GUERRAS PERDIDAS, J. M. CABALLERO BONALD

El profesor de francés que me tocó en suerte era un personaje sumamente libresco. Debía haber doblado ya la cincuentena y tenía toda la pinta del hidalgo empobrecido que basa su dignidad en llevar muy bien planchados el traje y la camisa sin reparar en la mugre que han ido almacenando. Se llamaba don Julián Valmaseda y, debido a quién sabe qué descabalamientos administrativos, era cónsul del Perú en Jerez, un cargo que tenía que ser más honorífico que otra cosa y cuya incongruencia parecía ser directamente proporcional a la de quien lo ostentaba. Llegaba a casa todas las tardes, a las seis en punto, provisto de un abrigo decrépito que nunca se descolgaba de los hombros y de una cartera repleta de papeluchos, restos de fiambres y avíos de afeitar


Tiempo de guerras perdidas, Anagrama, pág 131

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