viernes, 16 de agosto de 2019

BOY (RELATOS DE LA INFANCIA), ROALD DAHL

Había en Repton unos 30 maestros o más, y la mayoría eran extraordinariamente tediosos y totalmente incoloros y no tenían el menor interés por los alumnos. Pero Corkers, un solterón excéntrico, no era ni tedioso ni desaborido. Corkers era un seductor, un hombrón desmañado de mejillas colgantes como las de un sabueso y vestimenta sucia, desaliñada. Llevaba pantalones de franela sin planchar y chaqueta parda de mezclilla llena de remiendos y con migas en las solapas. Estaba allí para enseñarnos matemáticas, pero en realidad no nos enseñaba nada y tal era deliberadamente su método. Sus lecciones consistían en una serie interminable de pasatiempos inventados por él, de tal modo que no hubiera nunca ocasión de mencionar las matemáticas. Entraba con su andar pesado en el aula, se sentaba detrás de su escritorio y miraba desafiante a la clase. Nosotros aguardábamos con expectación, preguntándonos intrigados por dónde iría a salir.
Vamos a echar un vistazo al crucigrama del Times de hoy —decía, sacándose del bolsillo de la chaqueta un periódico todo arrugado—. Será mucho más divertido que andar enredando con los números. Detesto los números. Los números son probablemente lo más funesto que hay en el mundo.
¿Entonces por qué enseña usted matemáticas, señor? —le preguntaba alguno de nosotros.
Es que no las enseño —respondía él, sonriendo taimadamente—. «Simulo» enseñarlas, nada más.




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