Múltiple fue mi entrega. Ante todo, a la cátedra, tan fiel y gustosamente servida por mi deseo de incorporación a ella como titular en octubre de 1942. Siempre me ha gustado “dar clase”; siempre he sentido en los senos de mi alma esa incomparable fruición del profesor por vocación, cuando mirando a los ojos de los alumnos que le escuchan vive con ellos la gozosa emoción de redescubrir o codescubrir la verdad que su lección comunica.
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