Lo que más desanimaba a Beckett de la profesión era la docencia. Un día
tras otro, este joven tímido y taciturno tenía que enfrentarse en el aula a los
hijos e hijas de la clase media protestante irlandesa y convencerles de que
Ronsard y Stendhal merecían que les prestasen su atención”. Decía lo que tenía que decir y luego salía del aula…Creo que se
consideraba a sí mismo un mal profesor, y eso es una lástima, porque era tan
bueno…Desgraciadamente, muchos de sus alumnos estaban de acuerdo con él. “La
idea de volver a dar clase me paraliza”, escribía Beckett a McGGreeny desde el
Trinity en 1931 al acercarse un nuevo curso.
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