Juventud
más feliz que la mía no puede haber existido. Mis padres eran
indulgentes y mis compañeros amables. Para nosotros los estudios
nunca fueron una imposición; siempre teníamos una meta a la vista
que nos espoleaba a proseguirlos. Ésta era el método, y no la
emulación, que nos inducía a aplicarnos. Con el fin de que sus
compañeras no la dejaran atrás, a Elizabeth no se la orientaba
hacia el dibujo. Sin embargo, se dedicaba a él motivada por el deseo
de agradar a su tía, representando alguna escena favorita dibujada
por ella misma. Aprendimos inglés y latín para poder leer lo que en
esas lenguas se había escrito. Tan lejos estaba el estudio de
resultarnos odioso a consecuencia de los castigos, que disfrutábamos
con él, y nuestros entretenimiento constituían lo que para otros
niños hubieran sido pesadas tareas. Quizá no leímos tantos libros
ni aprendimos lenguas tan rápidamente como aquellos a quienes se les
educa conforme a los métodos habituales, pero lo que aprendimos se
nos fijó en la memoria con mayor profundidad.
Frankenstein
o El moderno Prometeo, Cátedra Letras Universles, pág 147
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