La universidad en Estados Unidos
era fácil, los trabajos se enviaban por correo electrónico, las aulas tenían
aire acondicionado, los profesores ponían de buena gana exámenes de repesca.
Pero se sentía incómoda con lo que los profesores llamaban “participación”, y
no entendía por qué eso debía incluirse en la nota final; solo servía para
inducir a los alumnos a hablar y hablar, perdiendo tiempo de clase con
obviedades, vacuidades, a veces sinsentidos. A los estadounidenses debían de
enseñarlos, desde primaria, a decir algo en clase, lo que fuese. Así que ella
permanecía en el aula, rodeada de estudiantes instalados relajadamente en sus
sillas, todos rebosantes de saber, no sobre la materia, sino sobre cómo estar
en clase. Nunca decían; “No lo sé”. En vez de eso, decían: “No estoy seguro”,
lo cual no aportaba información pero dejaba en el aire la posibilidad de
conocimiento.
Americanah, Random House, pág 177
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