Morrie se enderezó con calma.
Todos sabíamos que pegarle a un maestro era una ofensa capital, pero que el
maestro devolviera el golpe era otra historia. Eddie había puesto los ojos en
blanco y seguí agitando la mano maltrecha, a la espera de su destino. Una
mancha roja del tamaño de sus nudillos había aparecido al final de la frente de
Morrie. Tenía torcido el cuello de la camisa y la corbata desmadejada sobre el
pecho. Durante varios segundos, toda la escuela contempló vacilante la escena:
el hombre adulto, compacto, y el enorme adolescente, el uno frente al otro.
Luego, Morrie se acomodó el cuello y la corbata y dijo casi con total
normalidad:
-
Hablaré contigo al final del día, Eddie. Los demás,
volved a vuestros sitios y sacad el libro de geografía.
Una temporada para silbar, Libros del Asteroide, pág 151
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