En
los años sesenta hice varios viajes a Estados Unidos- para dar
conferencias y asesoramiento-, y en una ocasión, por inverosímil
que pueda parecer, di clases durante un semestre en un college del
Medio Oeste, donde por el día exponía ante un aula llena de
alumnos, que tomaban notas con frenética diligencia, los esplendores
del arte francés del siglo XVII, y por la noches salía a beber
cerveza con esos mismos estudiantes, ya relajados y dóciles cual
perros. Recuerdo una memorable ocasión en el Rodeo Saloon en que
confraternicé con ellos hasta el punto de que decidir evocar mis
viejos tiempos de espectador de music hall con Danny Perkins y,
puesto de pie encima de una mesa, canté Burlington Bertie con los
ademanes apropiados, lo que mereció la ruidosa, aunque sorprendida,
aprobación de mis estudiantes y de media docena de vejestorios con
botas vaqueras que estaban en la barra
El
intocable, Alfaguara, pág 359
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