viernes, 13 de mayo de 2016

MI ÚLTIMO SUSPIRO, LUIS BUÑUEL

Recuerdo también las clases de Filosofía, en las que el profesor nos explicaba con una media sonrisa compasiva, la doctrina del pobre Kant, por ejemplo, que se había equivocado tan lastimosamente en sus razonamientos metafísicos. Nosotros tomábamos notas apresuradas. “¡Mantecón!¡Refúteme a Kant!”. Si Mantecón llevaba la lección bien aprendida, la refutación duraba menos de dos minutos


Mi último suspiro, Plaza&Janes, pág 34

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