Es
un hecho que la escuela Jacotot era un pequeño paraíso de pequeñas
amistades, de disfraces de Carnaval y de un mes de María cautivador,
pero se aprendía poco. Mis padres hablaron. ¿Escuela pública o
escuela privada? Visitaron unas cuantas. Ganó el criterio de mi
madre. El estado de las escuelas públicas no era comparable a un
colegio recién estrenado como San Francisco, construido gracias a
donativos cuantiosos y un punto legendarios. Las tarimas eran de
mármol y las pizarras, de pizarra. Luz, amplitud y un gabinete
psicotécnico que convenció a mi padre. Además, estaba cerca de
casa. De manera que entré en el curso más elemental de primaria y
todavía no sabía leer. Puedo decir sin exagerar que aprendí a leer
a cogotazos, los cogotazos de un fraile joven. Y aprendí muy
deprisa. Siempre
le he agradecido al buen padre franciscano que fuera tan expedito.
Como quien dice, de golpe y porrazo sabía leer. Había hecho el
aprendizaje más fundamental de mi vida. Tenía la infancia y la
adolescencia solucionadas
Ratas
en el jardín, Libros del Asteroide, pág 171
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