Rosa caminaba por el pasillo atestado de chicos. Los de tercer ciclo nunca respetaban la prohibición de salir del aula entre clase y clase y ella, desde luego, no iba a ser quien velara por el cumplimiento de la norma: ¡eran niños de diez, de once años! Qué crueldad limitar sus movimientos, pensaba, ese régimen carcelario que, más que aplacarlos, despertaba su rebeldía. Rosa era todavía inexperta, una maestra primeriza que no consideraba a los niños como enemigos, aunque tampoco tuviera clara la alternativa.
La familia, Anagrama, página 25
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