El colegio estaba en el centro de Londres y todos los días nos desplazábamos hasta allí desde nuestros barrios distintos, atravesando un sistema de control tras otro. En aquel entonces las cosas eran más sencillas: había menos dinero, no existían aparatos electrónico, la tiranía de la moda era ligera, no había novias. No había nada que nos distrajese de nuestro deber filial y humano, que consistía en estudiar, aprobar exámenes, utilizar nuestros título académicos para encontrar un empleo y después forjar un estilo de vida más completo, sin llegar a ser amenazador, que el de nuestros padres, que lo aprobarían mientras lo comparaban en privado con su propio pasado, que había sido más sencillo y por tanto superiores
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