Me trasladé a una escuela privada que tenía por nombre El Paraíso de los Niños. No estaba reconocida oficialmente y mi madre se ahorraba cincuenta dólares al mes. La institución era un sumidero para chicos con hogares desestructurados. Se garantizaba el aprobado, pero las horas de confinamiento se extendían desde las siete y media de la mañana hasta las cinco de la tarde, cada día. Los profesores eran unos histéricos o se mostraban pasivos y derrotados.
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