Puedo
decirle que el edificio del instituto se hallaba en un estado ruinoso. La
pintura descascarillándose por todas partes, muebles rotos, lavabos fuera de
servicio, grietas como las fisuras de un terremoto en las pizarras, persianas
que no bajaban o no subían, y el ambiente húmedo del polvo y el moho.
Estableció su popularidad de inmediato al sentarse a su mesa ante la clase y
ladearse lentamente hasta perderse de vista, porque la silla, cosa que advirtió
ya demasiado tarde, solo tenía tres patas. De inmediato, pese a las risas,
varios alumnos estaban junto a él, ayudándolo a levantarse, acercándole una
silla utilizable, y supo que no había sido una broma de ellos. De hecho, quizá
por el deplorable estado del centro, profesores y alumnos parecían unidos en
una hermandad de lo indómito.
Decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: «Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes».
viernes, 21 de abril de 2023
EL CEREBRO DE ANDREW, E.L. DOCTOROW
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