Los maestros que habíamos tenido
parecían, en las horas de escuela, haber sido forzados a comparecer, levantados
por fuerza de camas en que hubieran yacidos aquejados de vergonzosa colitis o
de devoradoras fiebres. Sus reacciones eran siempre inoportunas, su porte
generalmente ridículo. Su humanidad hambrienta y asustada, la condición
huidiza, eran demasiado visibles, le impedían investirse del escaso ropaje de
seguridad y de poder que basta para impresionar a los niños.
Años de penitencia, Alianza Tres, pág 14
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