Incluso el que la esposa
trabajara fuera de casa, en vez de limitarse a las tareas del hogar, suponía
para ellos más una necesidad provisional que el resultado de una convicción o
la insoslayable consecuencia de un principio igualitario, como lo prueba el
hecho de que, a los pocos meses de haber obtenido Javier su cátedra en el
instituto de Vitoria, Blanca no dudara en pedir la excedencia y no voliviera a
incorporarse a la enseñanza hasta ocho o diez años más tarde, cuando –ya en
Sevilla- nacieron sus dos hijos y el sueldo de catedrático (que no había ido
aumentando, a lo largo de los años setenta, al ritmo del coste de vida, en
tanto que el de los maestros se había adelantado tal vez a ese ritmo) empezó a
resultarles insuficiente.
Despeñaperros, Colección Austral, pág 197
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